9 de enero de 2016

La Historia Terminal

El viejo Bastian entró en la tienda del moribundo Koreander.

- ¿Algo nuevo, superlongevo amigo?

Koreander restaba en su sillón con los ojos en blanco, babeando una viscosa amalgama negra. Respiraba, si más no. En su regazo sostenía un libro abierto. Bastian lo agarró y admiró la portada.
"La Historia Terminal". El Auryn lucía oscuro, cada una de las serpientes se atragantaba con la cola de la otra, las escamas se desprendían como hojas muertas.







- Leamos. - Se dijo inmerso en la curiosidad -.

Pronto, Bastian se encontraba más allá de las páginas del manuscrito. En el interior de lo imaginario.

Un pasillo largo y estrecho, seis puertas con un número inscrito en cada una. Números inconexos y aleatorios.

Trece: La puerta se abrió y Bastian se encontró con un gran espejo. Aquello le recordó a Atreyu, viéndose a sí mismo más allá de Fantasía, a través de los ojos de su lector. Pero no fue eso lo que se encontró, en el cristal reflectante apareció un mundo desolado, fijó la mirada en un punto, una enorme mandíbula se acercó a su rostro. Bastian pudo oler el hambre caníbal desde el interior de las fauces que se le acechaban, la campanilla que atesoraba el principio de aquella garganta eran los pies de un ahorcado, mecido por el vaivén de aquella intromisión. Su corazón se petrificó al instante. El espejo se quebró y pudo ver en aquella prisión acolchada, en el fondo, en la oscuridad, los brillantes ojos de un ser que lo admiraba expectante a sus próximos pasos. Pudo ver un carrusel de lo innombrable frente a aquel ser, entonces experimentó lo qué es que te roben el alma. Al instante, la puerta se cerró. Bastian salió de su letargo y continuó avanzando por el pasillo de aquel malsano lugar.

Veintidós: La puerta estaba ligeramente abierta, un susurro diabólico se intuía en el interior de aquella celda. Bastian tuvo el suficiente valor como para acabar de abrir el portal a lo desconocido. Pobre insensato, fue engullido al instante por una demencial presencia. Se halló sumergido en una atmósfera de pura decadencia y aromas desagradables, una risa recorría cada uno de sus poros, reptaba por sus piernas y se introducía por su jadeante boca. No podía contener sus ansias por devorar y ser devorado. Caía por una escalera de caracol, en un abismo en el que la muerte podría ser su única aliada. Se dejó besar por el extraño pensamiento de la locura extrema. Sus huesos calaron con las sensaciones y las sombras de impenetrables lugares. A través de sus pupilas, murió y renació de nuevo. Pudo cerrar las puertas con renovada fuerza, pero aquella diabólica risa se instaló perpetua en su frágil mente. Los ojos de la criatura que allí dentro se hallaba, permanecieron en su pensamiento, por toda la eternidad.

Doscientos treinta y siete: Bastian acercó su mano derecha a la entrada de aquella habitación, no esperaba nada bueno, pero al ver que todo quedaba en puro estado de lo imaginario, continuó abriendo las puertas de las celdas, una a una. Allí se le desprendieron las uñas, se deshizo ante el hedor de la sangre. Se persiguió a sí mismo, en un macabro juego del escondite. Se halló diseccionando su alma, alimentándose con sus entrañas, arrebatándose lo que más amaba, amando al diablo en vano. Salió de aquella cárcel de lo inaudito con la mente confusa. La mirada del ser que habitaba aquel espacio parecía cruel, pero no lo suficiente para Bastian. Se sentía como la pieza inconexa de un puzzle de lo maldito. Siguió caminando por aquel pasillo estrecho, hasta encontrarse frente a otra puerta.

Sesenta y nueve: Podía escuchar el palpitar de un inmenso corazón, envuelto en palabras que le provocaron mil y una risas descontroladas, en el momento en el que puso un solo pie en el interior de aquella celda. Aquel lugar se abalanzaba sobre él como una pampirolada afilada que le partió en dos su órgano rey. Su cuerpo se pegó al suelo como un chicle, este dividió en dos, uno de menta, el otro de fresa, y empezó así una gran batalla entre ambos, todo por amor, por el poder del sexo opuesto. Se encontró en un introspectivo pozo de hilarante comedia y de rastros de enfatizada locura. Una terapia de coaching frenético que le revolvió las tripas, las carcajadas eran insoportables para su vulnerable ser, un torbellino de rostros de extremas sonrisas y ojos inyectados en lascivia lo transportaron a un estado catatónico. Le costó horrores desprenderse de la mirada furtiva de aquel ser que se ocultaba en aquel habitáculo acolchado. Se encontró fuera sin ser consciente de lo que allí había ocurrido realmente.

Doscientos veintiuno: Agua caliente. Una casual cascada introdujo a Bastian en el interior de aquella celda. La ternura se mezcló con elegancia sobre su ser, la locura tenía la presencia de la inocencia, pero nada era lo que parecía. El suspense de los pasos de Bastian lo anclaban en lugares inhóspitos, un verdadero mar de sensaciones de delicada tintura se apoderaba de sus sentidos. Se sintió Amo de la lluvia, ésta caía incesante sobre su cuerpo, empapando su alma, prisionero de un poder inconcebible. Preso por las innumerables tonalidades de aquel lugar, nuestro protagonista se vio internado por un tiempo que transcurría agradable pero no exento de locura, ésta se le agarró al pecho y no se le soltó a lo largo de todo el trayecto. La mirada del paciente de aquel lugar le avisó de que no continuara, pero Bastian hizo caso omiso y se dirigió a la última puerta.

Setecientos siete: Bastian entró. Todo en aquella celda olía a rosas, una estimulante fragancia que logró que se relajara por un momento. Pronto se halló tumbado en el suelo, completamente desnudo. Entonces, alguien se le acercó, aquel ser puso sus pies fríos sobre la espalda de Bastian. Todo se tornó oscuro. La piel se le agrietó, como lonchas de bacon frito, retorciéndose en el dolor más extremo. Sus ojos reventaron como dos huevos eclosionados por la llama de un soplete. Todo era una extraña cavilación. Por un momento se sintió joven, con sed de sangre, y deseando su propia muerte. Era un tornado de bienestar y macabra realidad. La locura se hizo dueña de cada uno de sus gestos y pensamientos. Bastian quedó limpio de cuerpo y alma. Aquella visita había sido altamente provechosa , una terapia de choque extrema y completamente alucinante. La mirada de la reclusa de aquella celda acolchada se despidió con un brillo mortal sobre su presa.





Camila, ayudante del Dr. Remprelt, entró en la tienda de Koreander. Allí se encontraban el superlongevo vendedor de libros y su viejo amigo, Bastian. Ambos con los ojos en blanco y babeando una negra amalgama. Camila recuperó el libro del buen doctor, la fóbica terapia había cumplido su objetivo en la mente de aquellos dos insensatos.

Fin

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